Hoy en día se lo ve pisar el gramado del Siles con una prestancia propia de un veterano. Y es raro. No porque sea demasiado joven (está cerca de cumplir 28), sino porque hasta hace algunos años seguía jugando en la Asociación de Fútbol de La Paz a la espera de que le llegue la oportunidad de dar el salto a algún equipo de la Liga. Es más: incluso llegó a pensar en dedicarse a otra cosa.
“Cuando rescindí contrato con Universitario –sí, aunque no llegó a jugar ni un minuto con la camiseta del Docto, tuvo un paso por Sucre antes de recalar en The Strongest– decidí estudiar informática. Conseguí un trabajo en un negocio de computadoras y me sentía muy bien ahí. Siempre me gustó cómo evoluciona la tecnología”, recuerda. Era un camino más que aceptable para cualquiera, pero no era el suyo; porque admite que emocionalmente, “se vino casi todo abajo”. Seguía jugando, claro, pero no al nivel para el que estaba. “Volví a Unión Maestranza –su segundo equipo, después de Mariscal Braun– y a veces jugaba uno que otro partido en mi barrio, hasta me llamaban de los pueblos para algunos campeonatos, pero yo quería demostrar que podía dar más”, cuenta. Fue entonces cuando decidió hacer un último intento.
Allá por el año 2013, vio un anuncio que le llamó mucho la atención: el Tigre, su Tigre –es hincha desde niño–, estaba reclutando jugadores de cara a una nueva temporada, así que se mandó. “Ya había ido varias veces, también a Bolívar y a La Paz Fútbol Club, pero hasta ese momento nunca me habían abierto las puertas”, confiesa. Sin embargo, esta vez sería diferente. “Fui a probarme en junio y debuté en agosto –recuerda–. No se me había venido a la mente que iba a dar ese salto tan rápido, pero sabía que tenía talento y que sólo necesitaba que me den la oportunidad de demostrarlo, y eso es lo que hizo por mí el profe (Eduardo) Villegas. Siempre estaré muy agradecido con él”. A partir de ahí, como él mismo dice, todo se le dio muy rápido.
Apenas un año después de haberse puesto la camiseta de The Strongest por primera vez, le tocó vestirse de verde: en el día de su cumpleaños 25, Xabier Azkargorta lo convocó para una serie de partidos amistosos en Estados Unidos, y en el segundo de ellos, ante Ecuador, jugó sus primeros minutos con la Selección nacional. “Fue algo muy lindo. Aunque haya sido en un amistoso, siempre es importante jugar para tu país, y gracias a Dios después de ese partido me han seguido llamado”, afirma. Pero, a diferencia de lo que ha sido su recorrido en el Tigre, con el combinado nacional le ha costado ganarse un lugar como fijo.
Hace un par de años, en la segunda convocatoria oficial de Julio César Baldivieso, una emergencia dental lo marginó del equipo, y el por entonces técnico de La Verde estalló, creando una gran polémica. A estas alturas, el hecho ya quedó enterrado, y Raúl lo recuerda como “un capricho” del Emperador, que ya lleva más de un año alejado de la Selección; ahora, hay otro entrenador al mando del equipo, y el volante atigrado se siente más cómodo bajo sus órdenes. “Cuando la mentalidad del técnico es diferente, no te puedes soltar tanto como en tu club. Lo bueno del profesor (Mauricio) Soria es que ya lo tuvimos en el Tigre y sabe cómo jugamos”, aclara. Y en la cancha, se nota. En los últimos partidos se pudo ver a un Castro mucho más parecido al que juega en The Strongest, y es un motivo para festejar, porque está atravesando un gran presente.
Actualmente, cuesta imaginar al mediocampo del Tigre sin él. En el último tiempo, se ha convertido en uno de los estandartes del juego del equipo. Ha demostrado constancia, entrega y calidad a raudales. Y no sólo en los torneos domésticos; también es uno de los factores fundamentales para que el conjunto dirigido por César Farías –a quien, por cierto, por “su trayectoria y experiencia”, considera el mejor entrenador que ha tenido– haya redondeado la mejor campaña del club en la historia de la Conmebol Libertadores, a tal punto que terminó la fase de grupos como el jugador con más pases completados. ¿Qué sigue?
Pues bien, sus objetivos a futuro no difieren demasiado de los del futbolista boliviano promedio. ¿El más elemental? Emigrar a una liga más competitiva. “Uno siempre trabaja para salir y demostrar que hay jugadores bolivianos muy buenos. Podemos brillar afuera. Si Dios quiere, mi oportunidad llegará”, desvela con seguridad. Y, aunque les pese a varios atigrados, está más cerca de conseguirlo de lo que parece. En el último mercado de pases, tuvo varias propuestas interesantes desde lo económico, pero el exotismo de sus posibles destinos, sumado a su deseo de terminar su campaña copera con el Tigre, determinó su continuidad en Achumani. Él prioriza lo deportivo, y sueña con llegar a lo más alto con uno de los equipos más grandes de Sudamérica y el mundo. “Me gusta Boca Juniors, quisiera ir ahí, pero uno tiene que trabajar mucho para eso”, confiesa a tiempo de revelar a uno de sus grandes ídolos de infancia: Juan Román Riquelme.
Sorprende, pero no demasiado. En realidad, el Topo Gigio ha influenciado a varios de los jugadores que se desempeñan en la actualidad, al igual que Ronaldinho Gaúcho y Andrés Iniesta, sus otros ídolos. “Fue muy importante para mí verlos, siempre juegan tranquilos y se desenvuelven muy bien. De ellos aprendí la importancia de jugar a uno o dos toques y de la precisión. (…) También me ayudó mucho jugar futbol de salón”, explica. No hay misterios: esas palabras, por simples que parezcan, definen a cabalidad su estilo de juego, aquel que desarrolló en las canchas de tierra de Villa Armonía con la esperanza de transportarlo a los principales escenarios del país.
Hoy, habiéndolo logrado, recuerda sus inicios con humildad e invita a reflexionar. “Mi papá me dijo que me iba a entrenar siempre y cuando yo tenga ganas y predisposición. (…) Iba al colegio en la mañana, así que salíamos a las cinco y media de la madrugada, entrenábamos hasta las siete y media, me bañaba y me iba directo a estudiar. Fue bastante sacrificado, pero yo sabía que iba a tener mi recompensa”, apunta. Un camino duro, pero que lo ayudó a encontrar un horizonte que, seguramente, va a seguir en cuanto deje la práctica profesional. “En el futuro, me veo formando jugadores más que dirigiendo a un equipo. Quisiera trabajar con niños y enseñarles lo que yo he aprendido del fútbol, transmitírselo. Tendría contactos para ayudarlos y sería importante, porque conozco muchos casos como el mío; cuando estaba en la asociación no había ni un dirigente observándome o diciéndome que vaya a probarme a algún equipo grande, y para mí sería muy bueno hacer eso para explotar talentos, porque en Bolivia hay muchos”, ilustra. Y tiene razón, es algo que el país pide a gritos.
Sólo el tiempo dirá si tiene la posibilidad de cumplir todos sus objetivos. Lo cierto es que, por ahora, le queda mucha cuerda para seguir jugando. “De aquí a unos años me imagino terminando mi carrera acá, en mi club. (…) Hasta ahora, no me veo jugando con otra camiseta, pero creo que uno tiene que trabajar donde se le dé, donde tenga la oportunidad. Al final, depende de cada uno. Si Dios quiere que vista otra camiseta, lo haré con gusto, pero todavía falta para eso. Por ahora, estoy muy tranquilo en The Strongest”, comenta a manera de cerrar su relato.
Así, con humildad, es como disfruta su presente el crack atigrado; sin olvidarse de sus orígenes, con grandes ambiciones, y con el noble deseo de, algún día, poder ayudar a chicos como él. Ya explicó por qué, pero se nota en su manera de decirlo que tiene una motivación aparte: le apasiona. Al igual que todos los grandes jugadores, vive para el fútbol. Y vive el fútbol de la manera en la que lo siente, con la misma alegría con la que lo jugaba en su barrio, en las villas y en todas las precarias canchas que le tocó recorrer antes de convertirse en el patrón del Hernando Siles.