A Bolivia le tocó ser anfitrión en la versión de 1997 de la Copa América con la participación de 12 selecciones. 5 ciudades fueron sedes: La Paz, Cochabamba Santa Cruz, Sucre y Oruro.
Bolivia contaba con la mejor generación del fútbol boliviano de todos los tiempos, aquella nacida en la escuela Tahuichi en los ochenta y que había logrado la espectacular clasificación al Mundial del 94. El desafío era cerrar con broche de oro un ciclo inolvidable con el segundo título sudamericano para el país.
Los equipos llegaron, salvo Argentina, con todo su potencial futbolístico, muy especialmente Brasil que tenía como objetivo ganar el campeonato.
El técnico español Antonio López hizo una gran tarea. La verde pasó la primera fase sin sobresaltos, aunque con resultados menores que lo que su fútbol mostró en el Siles: 1 a 0 a Venezuela, 2 a 0 a Perú y 1 a 0 a Uruguay.
En la fase de eliminación directa, en partido más complicado, derrotó 2 a 1 a Colombia. Siguió la carrera frente al dificilísimo México al que, volteando el marcador, derrotó por 3 a 1.
Igual que en 1963, le tocó jugar el último partido, en este caso la final frente a Brasil. Su alineación era una constelación: Taffarel en el arco; Cafú, Goncalvez, Aldair y Roberto Carlos (nada menos) en la defensa; Dunga, Flávio Conceição (luego Ze Roberto), Denilson y Leonardo (luego Mauro Silva) en el medio campo; Ronaldo y Edmundo (luego Paulo Nunes) en la punta de ataque; todos bajo la batuta del multicampeón Mario “Lobo” Zagallo”. Baste decir que nueve de los jugadores que disputaron esta final jugaron la final de la Copa del Mundo de 1998.
Bolivia entró a la cancha de un Siles abarrotado con 43.753 espectadores con este equipo: Trucco, S. Castillo, Sandy, Peña, O. Sánchez, Cristaldo, Baldivieso, Soria, E. Sánchez, Etcheverry y Moreno (sustituido por Coímbra).
Fue un partidazo. Digamos para que quede en la memoria que Bolivia llegó con peligro de gol sobre el arco de Taffarel quince veces. En términos de fútbol Bolivia fue más, manejó mejor la pelota y se atrevió a los remates de media distancia de ese bombardero inigualable que era “Platiní”, a los toques milimétricos de Etcheverry, a los pases largos y colocados de Baldivieso y a remates increíbles como el tiro libre de Óscar Sánchez que se estrelló en el vértice del arco amarillo. En el primer tiempo, a pesar de todo ello, llegó la apertura a los 40 en los pies de Edmundo. Pero a los 46 “Platiní”, desde treinta metros, remató con fuerza la pelota que rebotó en el área chica y se coló debajo de Taffarel. El 1 a 1 era un retrato generoso para Brasil por lo visto hasta ese momento. La verde mereció el triunfo salvo un pero, la magia de jugadores cuyo talento está fuera de toda duda. A los 33 Ronaldo, que había jugado un gran campeonato, recibió un pase perfecto de Flávio y la metió con la frialdad de un grande. Cuando el partido moría inevitablemente para Bolivia, una jugada de lujo. Pasó Ronaldo con gran finura, recibió Denilson, hizo un amague maestro, pasó a su vez a Ze Roberto y gol, el sello final del 3 a 1 inamovible.
Bolivia perdió la Copa pero hizo un campeonato de lujo frente a rivales –con todo respeto para los próceres del 63- de gran fuste y frente a un elenco brasileño que es quizás el mejor que haya pisado nunca el césped del Siles.